Profesor de Teorías Sociológicas en la Licenciatura en Sociología del IDAES
Leandro S. López viene de una familia de trabajadores gráficos. Su bisabuelo tenía una editorial y su padre, una gráfica. “Estudié Sociología en la UBA a mediados de los noventa, en un contexto social que me incentivaba a problematizar algunas cuestiones que pasaban en mi familia y en el país”. López primero pensó en hacer Comunicación Social. Venía de un colegio católico de Villa Devoto y lo único que sabía era que quería ir la universidad pública. “La carrera la elegí en la cola de inscripción al CBC. Comunicación era un combo de deseos y justificaciones familiares. Fue una forma de decirle a mi viejo que iba a estudiar algo que colaborara con lo suyo, pero cursé un par de materias y no me convenció, me cambié a Sociología, y sigo apasionado”.
La docencia llegó sobre el tramo final de la carrera de grado. “Mi familia no tenía ocupación intelectual ni tenía conexiones académicas, pero en mi vieja, que era maestra jardinera, siempre vi una pasión y compromiso permanente”. En cuarto año de la carrera, López se puso a investigar sobre la editorial de su bisabuelo. “Fui a verlo a Lucas Rubinich para mostrarle algunos libros de la editorial que quedaban y ahí nomás me propuso sumarme a su cátedra de Sociología General como asistente. De él tomé la cercanía con lxs estudiantes —yo seguía siéndolo—, la importancia de tomarlxs en serio. El primer cuatrimestre me súper enganché, y el segundo cuatrimestre, más”.
A pesar del entusiasmo, el inicio tuvo sus dificultades. “Le metí mucho compromiso y esfuerzo, mucho trabajo, exploración, investigación. Me costaba hablar: para soltarme decidí hacer cursos de improvisación durante tres años. También me metí en cursos de gramática. Fue un ejercicio enorme, pero con el tiempo empecé a sentirme bien. Siempre busqué que las clases fueran entretenidas; a veces lo lograba, otras no”. A los dos años de dar clases en la UBA, López empezó a enseñar en las cárceles de Devoto y Ezeiza. “Fue muy intenso, trabajaba once horas por día. Ahí la docencia se convirtió en un lugar de investigación con otro eje, no solo el reflexivo frente a los libros y pares sino con otra realidad. El aula siempre fue eso para mí: un espacio de exploración junto con la investigación exhaustiva de los textos y autores. De las clases que preparaba y de la consecuencia del intercambio con lxs estudiantes salían cosas a veces inesperadas”.
En los penales López empezó a palpar otra cosa. “En la Facultad de Ciencias Sociales yo hablaba desde un lugar preestablecido, no tenía que hacer tanto esfuerzo por acercarme a lxs estudiantes, conocía el lugar, las reglas. En el penal no me entendían nada y yo quería entenderlxs. Me daba cuenta por las caras. Entonces empecé a disfrutar de algo que hasta ese momento no había hecho, que fue cambiar el lenguaje, transformarlo para asimilar las categorías que usaban ellos. Ahí hubo un clic, empecé a ver las cosas de otra manera”.
Esa manera de enseñar y construir conocimiento colectivo también la llevó al CUSAM, donde enseñó muchos años, y a todas las materias de grado y posgrado. Lo hizo combinando cosas aprendidas en su estancia de tres años en Francia y en su trayectoria académica en la UNSAM. “Busco transformar los textos para que sean más interesantes. Quiero que las clases sean entretenidas en el marco de un programa exigente, de mucho compromiso mutuo, con fuerte lectura, comentarios y clases complementarias. Incluso relegué algunas de mis actividades formales de “investigador” por investigar en y con la docencia. En la UBA —que al igual que la UNSAM es excelente— nunca sentí que los docentes nos propusieran retos. Eso lo incorporé en acá, una universidad que te permite acercarte más a lxs estudiantes, desafiarlxs y ser desafiado”.
