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20 años del IDAES

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De casas y de inseguridades

“Arreglos de protección” a través de las clases sociales en la ciudad de La Plata

Ramiro Segura11. IDAES/UNSAM - (…)

Resumen

Este ensayo desarrolla el concepto de “arreglos de protección”, una relación sociomaterial entre la arquitectura de la casa, los objetos y las prácticas humanas, con el fin de avanzar en una nueva comprensión de la segregación social urbana. Partiendo del trabajo de campo etnográfico en La Plata, Argentina, comparo los arreglos de protección de los residentes de distintas clases sociales ante la necesidad común de obtener protección en un contexto evaluado como inseguro. Las similitudes y diferencias en los arreglos de protección entre clases permiten reflexionar sobre la relación entre configuración socioespacial de la ciudad, cultura material de la casa y experiencias de (des)protección e (in)seguridad. El artículo muestra que la segregación urbana y la inseguridad urbana se implican mutuamente. Por un lado, los procesos de segregación urbana colocan a los habitantes en condiciones de vida desiguales, así como ante diferentes experiencias de (in)seguridad. Por otro lado, los habitantes son agentes activos en busca de seguridad que, en un círculo poco virtuoso, generalmente profundiza la dinámica de la segregación urbana: erosión del espacio público, fortificación de casas, proliferación de muros y sistemas de vigilancia, y miedo creciente a la alteridad.

Palabras clave

Casa - Cultura material - Inseguridad - Protección - Segregación

Introducción

En este artículo reflexiono acerca de las relaciones entre casa, protección y clase social en el espacio urbano. La ontología de la casa remite a diversas funciones de protección (Liernur, 2014, p. 543): proteger el cuerpo (abrigar) así como proteger objetos (guardar). Asimismo, desde la fenomenología se ha señalado que “la casa es nuestro rincón del mundo”, un “no-yo que protege al yo” (Bachelard, 1994, pp. 34-35), experiencia en la que se entrelazan materialidad, imaginarios de peligro y recuerdos de protección que remiten a la infancia. Sin embargo, atento al riesgo de la universalización atemporal, en este artículo procedo a contextualizar geográfica, histórica y sociológicamente los términos de la relación: hay lugares específicos, con historias particulares, en los cuales hay casas, condiciones de vida, riesgos y estrategias de protección no solo diferentes sino también desiguales.22. Existen induda (…)

Durante el trabajo de campo33. Los datos de e (…) con habitantes de distintas clases sociales en la ciudad de La Plata, “la casa” emergió con singular fuerza: no solo fue uno de los lugares donde me permitieron ingresar para realizar la investigación, sino que la casa propia y la de los demás ocupaban la atención de mis interlocutores. Como señaló Borges (2011), “las casas son agentes dotados de cualidades que junto con las personas que en ellas viven constituyen una composición inaudita perceptible tan solo cuando nos aproximamos a ellas, en suma, cuando somos convidados a entrar en ellas” (p. 983). Una vez adentro, se tornó evidente que las casas adquirían relevancia en la búsqueda de seguridad en la experiencia cotidiana de habitar la ciudad, en un contexto de fragmentación urbana (Janoschka, 2002), aumento de las tasas de delito y consolidación de la inseguridad como preocupación pública central (Kessler, 2014), y profundización de las desigualdades urbanas (Portes y Roberts, 2005; Segura, 2018a).

El desafío consiste en evitar la tendencia de las ciencias sociales a “mirar a través de la casa para hablar sobre otros aspectos de la vida social” (Desmond, 2018, p. 164) y, en cambio, analizar su materialidad así como sus efectos sobre las dinámicas sociales en distintas clases sociales. Me interesa investigar qué hacen los habitantes con –y en– sus casas en un escenario considerado inseguro y peligroso, así como también lo que las casas hacen con sus habitantes. En este sentido, con el concepto de “arreglos de protección” busco describir y comparar ensamblajes entre objetos, dispositivos y prácticas desplegados en busca de protección. La casa está en el centro de estos arreglos, que varían según la ubicación de la casa, la percepción de peligrosidad del entorno urbano y los recursos disponibles para la protección. Mi intervención sugiere que la segregación social no solo se expresa en la ubicación y las características arquitectónicas de la casa, sino también en los “arreglos de protección” desplegados y la “inseguridad” que enfrentan los miembros de cada clase.

“Arreglos de protección”. Entre la segregación urbana y la inseguridad

Aunque el miedo al crimen no es nuevo en Argentina (Caimari, 2007), la inseguridad emergió como una preocupación pública durante la década de 1990, y desde 2003 se ha convertido en la primera o segunda preocupación de la sociedad argentina (Kessler, 2014). Existe una coexistencia en las ciudades grandes y medianas de Argentina de bajas tasas de homicidios en comparación con los promedios de América Latina (70% de los delitos son contra la propiedad) y altas tasas de victimización (25% y 35% de la población es víctima de un delito por año). Este fenómeno y la desconfianza tanto en las políticas de seguridad pública como en la policía son claves para comprender las características que asume la inseguridad en la vida urbana cotidiana: sentimientos de incertidumbre, ubicuidad y aleatoriedad del peligro en la ciudad (Kessler, 2009).

Son precisamente estas características las que ayudan a reconocer la preocupación omnipresente sobre la inseguridad, es decir, la presencia del “habla del crimen” (Caldeira, 2000) que circula diariamente en la ciudad sobre los peligros de la vida urbana. La inseguridad constituye, entonces, un significante compartido entre diferentes clases sociales para significar la vida urbana. Simultáneamente, la inseguridad se refiere a una experiencia diferencial que está modelada por condiciones sociales y urbanas específicas y desiguales y que genera diversas respuestas.

Con el concepto de arreglos de protección, busco (parafraseando a Goldstein, 2010) revelar las formas en que la “(in)seguridad” en diversas formas opera en la vida cotidiana de las personas con quienes trabajamos los antropólogos, así como el papel de la casa en esas dinámicas. Al ser un “visitante temporal”, el enfoque antropológico me permitió acercarme para saber qué ocurre detrás de las “puertas cerradas de la casa” (Miller, 2001). Una vez adentro, el análisis de la materialidad me permitió captar las concreciones efectivas de los diferentes arreglos de protección, los cuales no son solo una expresión de estilos de vida sino también una profunda transformación de las relaciones sociales en una ciudad fragmentada (Segura, 2018b).

Un barrio de casas de puertas cerradas

Barrio Norte es un barrio tradicional cercano al centro, habitado por profesionales de clase media. Predominan las grandes casas unifamiliares, generalmente chalets de dos pisos con jardines en el patio trasero, que sus propietarios valoran por sus “espacios verdes” y la “privacidad” e “intimidad” que ofrecen. Sin embargo, lo que me llamó la atención mientras lo recorría fue la multiplicación de carteles colocados en las paredes de las casas con inscripciones como “vivienda vigilada”, “vecinos en alerta” o “barrio vigilado por sus vecinos”, así como la proliferación de dispositivos de seguridad como rejas en las ventanas, luces fotosensibles en las puertas, cámaras de seguridad y botones antipánico en algunas calles.

Para sus habitantes, la creciente inseguridad transformó a Barrio Norte en “un barrio de casas de puertas cerradas”, donde las ventajas de su ubicación central (proximidad y accesibilidad a los bienes y servicios urbanos) tienen como contrapeso una creciente fortificación y control de las puertas, ventanas y medianeras de las casas, estableciendo una profunda discontinuidad y separación entre el interior y el exterior. Asimismo, este proceso es alentado por la creciente construcción de bloques de departamentos y edificios en altura en un área tradicionalmente compuesta por casas bajas, lo que implica una creciente indiferencia en las relaciones sociales del vecindario y la pérdida de privacidad en la casa. “Barrio Norte como barrio tiende a desaparecer”, me dijo Marta44. Con miras a pr (…) (59 años, empleada pública) cuando la conocí. Para ella y otros habitantes, “barrio” remite a un tipo de sociabilidad comunitaria que implica el reconocimiento recíproco y la solidaridad entre los vecinos, dinámica que se ha visto afectada por la creciente presencia de extraños, tráfico más intenso y una mayor inseguridad. De hecho, es sintomático que el único tipo de asociacionismo esté relacionado con la protección de las casas y de sí mismos: la contratación de alarmas o la instalación de cámaras y botones antipánico entre los habitantes de la misma cuadra.

Como argumentó Miller (2001), la privatización de la casa y el contraste entre las dimensiones privada y pública no son fenómenos nuevos. Sin embargo, las ideas de “casas con puertas cerradas” y una vida “dentro de la casa” refieren al reforzamiento de un límite preexistente, aquel que separa la casa del vecindario circundante. Es un límite material, representado por la creciente fortificación, así como también un límite simbólico, que regula las interacciones sociales. En este sentido, cuando una tarde Santiago (57 años, oficial del gobierno) me acompañó a la puerta de su casa para despedirse, señaló hacia la calle vacía y dijo: “Es un barrio donde la gente se queda adentro de la casa en lugar de estar en la vereda”. De manera similar, Adriana (49 años, docente), quien en poco tiempo fue víctima de dos asaltos, sostuvo que es precisamente la inseguridad lo que “te tiene puertas adentro. No te permite interactuar mucho con el vecino porque salís a sacar la basura y mirás que no haya alguien que te entre en tu casa”.

Ecuación paradojal: habitar en la ciudad abierta, cerca del centro, con una casa amplia y cómoda cada vez más cerrada y protegida. En este arreglo de protección los límites de la casa –paradigmáticamente, la puerta– que separan y conectan el interior y el exterior (Simmel, 2001) adquieren una cualidad liminal (Turner, 1974): un umbral delicado y sensible que busca mantener alejados los peligros del exterior y que regula las interacciones sociales con el afuera. Por eso, no solo se instalan dispositivos de defensa (rejas, alarmas, cámaras), sino que también se implementan estrategias elusivas: tener cuidado al sacar la basura, dar una vuelta a la manzana en el auto antes de entrar a la propia casa de noche, volver a la casa en taxi cuando está oscuro, entre otras, mostrando la tendencia hacia una responsabilidad más individualizada de la protección. En resumen, se trata de un arreglo de protección basado casi exclusivamente en una creciente privatización de la seguridad de la casa.

La libertad del adentro

Desde finales del siglo pasado, a partir de un diagnóstico negativo sobre la “calidad de vida” en la ciudad, una fracción de las clases media y alta ha liderado un fenómeno sin precedentes de migración intraurbana al mudarse a barrios cerrados ubicados en la periferia norte de la ciudad en busca de seguridad, tranquilidad y naturaleza. Mientras la categoría de “puertas cerradas” impregna la experiencia de la casa y del barrio entre las clases medias y altas que habitan en el centro, entre los habitantes de los barrios cerrados emerge la idea (casi un oxímoron) de “la libertad del adentro”.

El Ombú es un exclusivo barrio cerrado que surgió de la asociación de 128 propietarios, que también son copropietarios de las áreas comunes, que incluyen dos canchas de fútbol, canchas de tenis, una piscina y una sala multiusos. A diferencia de otros barrios cerrados que son administrados por una empresa, en El Ombú los propietarios deciden los gastos de mantenimiento, seguridad y empleados. Mientras Josefina (57 años, empresaria) me mostraba el lugar, me dijo: “Acá se prioriza mucho la seguridad. No volvería, como digo yo, a vivir afuera. La seguridad que te brinda dormir con las ventanas abiertas, dejar el auto sin llaves. Ninguna casa del barrio tiene persianas ni rejas, son cosas que valorás, no volvería a vivir afuera”. De manera complementaria, Susana (61 años, empresaria) sostenía: “Me siento tranquila viviendo en el country, dejo la puerta abierta, dejo las bicicletas en la calle, a mí nunca me ha faltado nada, vivo como en libertad acá adentro”.

La oposición con la ciudad (“el afuera”) es fundamental para entender la casa y su significado en los barrios cerrados (“el adentro”). Los muros, las puertas de acceso y los sistemas de vigilancia construidos y financiados colectivamente delimitan el umbral del barrio y hacen posibles otros tipos de casas. A pesar de la gran heterogeneidad de estilos arquitectónicos, las casas comparten ciertas características: predominio de superficies vidriadas y ausencia de rejas en puertas y ventanas, así como falta de medianeras entre los grandes lotes donde están ubicadas. Asimismo, la disposición de lotes y casas y la disposición de las calles internas no siguen la trama ortogonal que organiza la “ciudad abierta”. Estos atributos permiten la visibilidad y la continuidad entre la casa y sus alrededores, fomentando una sensación de amplitud y tranquilidad. Por esta razón, los significados positivos atribuidos a la casa son inseparables del entorno más amplio de estos barrios donde se encuentra la casa, un “espacio interior abierto”. De hecho, hay una prolongación de la casa hacia los espacios comunes del barrio, en lugar de la profunda discontinuidad entre la casa y la calle observada en el primer arreglo de protección, que ayuda a comprender los sentimientos de libertad, calma y confianza en el interior.

Las historias de vida de seguridad, tranquilidad, proximidad con la naturaleza, niños jugando en la calle y, a menudo, puertas abiertas generan evocaciones poderosas en sus habitantes (Ballent, 2014): la infancia, un pasado ideal y los pueblos rurales son referencias comunes. “La inseguridad fue el motivo por el cual nosotros nos vinimos a vivir a un barrio cerrado –relata Darío (38 años, cirujano)–. Yo estoy feliz porque mi hija está haciendo la vida que yo hacía de chico, agarra la bicicleta y se va sola, o se junta con amiguitos y juegan hasta las diez de la noche. No están encerrados como los hijos de mis amigos que viven en La Plata, que llegan del colegio y se quedan encerrados”.

Sin embargo, estas fantasmagorías de la casa y del vecindario se enfrentan a la contradicción entre disfrutar de la naturaleza y exigir valores más urbanos, como seguridad, accesibilidad y mejores instalaciones. Entre estos problemas se encuentra la puerta de acceso, que conecta y separa el interior con el exterior. Josefina recordó la estrategia implementada por los vecinos al diseñar la entrada principal de donde vive: “Este vecindario se organizó en torno a la seguridad. Las celebridades que viven aquí no quieren ser conocidas por vivir aquí. Todos los que vivimos aquí intentamos tener un perfil bajo y no queremos que se sepa que este vecindario existe. La entrada está oculta; no es una entrada faraónica como las de otros barrios cerrados. Es una entrada modesta, con dos policías todo el día”. En efecto, cuando conocí a Josefina en su casa, tuve que tomar un autobús que me dejó en la entrada principal del barrio más famoso de la zona, que tiene una puerta de acceso muy visible: un gran arco con puestos de guardia y diferentes vías de acceso para residentes, visitantes y trabajadores. En cambio, el barrio donde vive Josefina estaba a veinte minutos caminando (a unos dos kilómetros de la parada de autobús) y tenía una puerta de acceso simple: no había arco de entrada ni señales para anunciar el vecindario, sino una barrera, cámaras de seguridad y guardias. Me preguntaron quién era, a quién venía a ver y las razones de mi visita. Luego llamaron a Josefina y, una vez que ella confirmó que me estaba esperando, me dejaron entrar.

A pesar de que los muros, la vigilancia y el control son las condiciones para experimentar la casa y el vecindario como “la libertad del adentro”, este tipo de control es vivido como una molestia: “Que vos tengas que pedir permiso para entrar a mi casa, que me llamen por teléfono diciendo ‘está Fulanito de tal en la puerta’, que yo tenga que permitir que lo dejen pasar, esas cosas complican la vida”, sostenía Susana. De esta manera, los dispositivos que permiten las evocaciones complican las relaciones simples, como recibir invitados, mientras que no resuelven completamente (no podrían hacerlo) robos, que se atribuyen a “personas de afuera” o “personas que trabajan adentro”.

La casa bajo vigilancia

Puente de Fierro es un asentamiento que surgió a mediados de la década de 1990, después de la ocupación de tierras públicas pertenecientes a una línea ferroviaria en desuso desde la década de 1970. Los residentes de Puente de Fierro comparten la “experiencia común” (Segura, 2015) de migración a la ciudad, lucha por el reconocimiento legal de la tierra y la vivienda, problemas asociados con la falta de infraestructura y servicios urbanos, necesidad de viajar todos los días largas distancias y la experiencia del estigma que recae sobre el barrio y sus habitantes.

La inseguridad es uno de los múltiples problemas del barrio. La percepción dominante es que las fuentes del crimen y la inseguridad son cercanas: “Estamos rodeados, vivimos con delincuentes”, me dijeron en diversas oportunidades los vecinos. De esta forma, mientras en barrios de clase media y alta la amenaza es distante y el peligro viene del exterior, en barrios como Puente de Fierro sus habitantes conviven con aquellos considerados peligrosos, que son personas conocidas. Además, estos barrios experimentan una “brecha de seguridad” (Plöger, 2012) no solo porque reciben una protección policial insuficiente, sino también debido a que suelen ser objeto de abusos policiales, especialmente contra los jóvenes (Kessler, 2012).

La casa es producto de múltiples esfuerzos: obtener un lote de tierra en el mercado informal, construirla progresivamente (siguiendo el ciclo de crecimiento familiar y los ciclos económicos), y estar atentos a la posibilidad de recurrentes amenazas de desalojo debido a la naturaleza informal de la tenencia de la tierra, así como a las irregularidades en la construcción. Además de esta inseguridad jurídica y la violencia policial, existe una sensación específica de inseguridad expresada por muchos habitantes: la casa está constantemente vigilada por delincuentes. Azucena (32 años, ama de casa) me comentó: “Recientemente ha habido muchos jóvenes que han irrumpido en las casas por la noche. La mayoría de las personas del vecindario no pueden dormir por la noche”. De manera similar, Claudia (28 años, recicladora urbana) me relataba: “Te observan bastante. Si salís de tu casa, vienen y te roban. Siempre tengo miedo de que los ladrones vengan y me roben”. Se trata de una experiencia de inseguridad específica: la sensación de que unos ojos cercanos vigilan la casa todos los días y de que al menor descuido se sufre un robo, lo que lleva a la imposibilidad de dejar la casa sin supervisión.

Este arreglo de protección comparte, en condiciones desfavorables, algunas características con los anteriores. Por un lado, los vecinos intentan cerrar la precaria casa (muchas de ellas, en constante proceso de construcción) mediante rejas, cercos y/o muros, además de ahuyentar a posibles intrusos a través de los numerosos y omnipresentes perros que pueblan el barrio. Si la casa protege a sus habitantes, los habitantes también deben proteger la casa, y esto en última instancia se logra asegurándose de que siempre haya alguien en la casa, que no quede “vacía” o “sola”. Por otro lado, esta experiencia produce el despliegue de una red informal de vecinos que están atentos a las casas y al movimiento de personas en el vecindario. “Te puse a cargo de mi casa”, le dice Ana (36 años, trabajadora de horticultura) a su vecina cada vez que se va, y Pedro me confirma que “si vemos movimientos extraños, como un tipo en la vereda que está mirando la zona, llamamos a nuestros vecinos”. Nuevamente, la protección y la comunidad están relacionadas. Sin embargo, mientras que en el barrio cerrado los vecinos se asocian entre sí para construir y mantener un muro y contratan un sistema de vigilancia en el que delegan la seguridad de un espacio abierto interior, libre de extraños, en el barrio popular informal se despliega una red de vecinos para proteger sus casas nunca cerradas plenamente de presencias peligrosas y cercanas.

Estas experiencias y prácticas de protección de la casa están en línea con los datos estadísticos disponibles para los centros urbanos del país. De hecho, estos muestran una clara relación entre el nivel de ingresos y la victimización: la tasa de victimización de los sectores de bajos ingresos es un 50% más alta que la de mayores ingresos, y esta diferencia es especialmente alta en delitos contra la vivienda (Kessler, 2014, p. 289). Además, la incidencia de estos delitos es aún mayor si tomamos en cuenta las mayores dificultades económicas de estos sectores sociales para reemplazar los bienes robados.

En síntesis, en el futuro deseado por Mónica (40 años, trabajadora comunitaria) se expresa la angustiosa especificidad de la relación entre casa y protección en los sectores populares de la Argentina contemporánea: “Lo que me gustaría es estar tranquila, poder decir ‘me voy y dejo mi casa, sé que voy a regresar y encontrar todas mis cosas’. Pero decís ‘me voy a cenar con un pariente y vuelvo’ y no podés, ahora prácticamente no se puede. Ellos están vigilando si estás en tu casa, si hay movimiento o si no hay. Lo que más me gustaría que cambie es que sea más seguro”.

Reflexiones finales

¿Quién/qué protege a qué/quién? El análisis de los arreglos de protección muestra una relación recíproca entre humanos y materialidad de la casa. No se trata solo de señalar que la casa es un artefacto que protege a los humanos, sino también el hecho de que los humanos protegen la casa. Además, este doble vínculo de protección recíproca adquiere modulaciones específicas entre clases sociales. La ubicación de la casa en la ciudad, su materialidad, la disponibilidad de recursos y las formas de protegerla son profundamente diferentes y desiguales. De hecho, el umbral que estas disposiciones protectoras buscan producir y sostener en el tiempo es diverso y produce diferentes “adentros” y “afueras”. Mientras que el primer arreglo de protección produce una fuerte discontinuidad entre casas fortificadas y calles peligrosas, el segundo produce un “espacio interior común y abierto” separado de la ciudad por muros y sistemas de vigilancia que se mantienen colectivamente. Por su parte, en los sectores populares existe una combinación entre cierre insuficiente de las casas debido a los escasos recursos de sus habitantes y una red comunitaria informal de control de la casa y el vecindario. En este sentido, el concepto de arreglos de protección permite mostrar que varias de las prácticas y dispositivos de seguridad identificados por la investigación social en áreas residenciales de clase media y alta (Low, 2001; Caldeira, 2000; Svampa, 2004) se pueden aplicar para caracterizar la agencia específica de los sectores populares en cuestiones de (in)seguridad.

Las similitudes y diferencias entre los arreglos de protección entre clases sociales invitan también a reflexionar sobre la relación entre configuración socio-espacial de la ciudad, cultura material de la casa y experiencias de (des)protección y (in)seguridad. De hecho, creo que la segregación urbana y la inseguridad urbana se implican mutuamente. Por un lado, los procesos de segregación urbana colocan a los habitantes en condiciones de vida desiguales, así como en diferentes experiencias de (in)seguridad. Por otro lado, los habitantes son agentes activos en busca de seguridad que, en un círculo menos virtuoso, generalmente profundiza la dinámica de la segregación urbana: erosión del espacio público, fortificación de casas, proliferación de muros y sistemas de vigilancia, y miedo creciente a la alteridad.

En síntesis, en este trabajo he argumentado que los arreglos de protección son una herramienta útil para describir y comparar modos en que sectores sociales desiguales enfrentan la inseguridad, así como para comprender las formas en que estas respuestas transforman las relaciones sociales en la ciudad.

Bibliografía

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Turner, V. (1974). Dramas, Fields and Methapors. Ithaca, Estados Unidos: Cornell University Press.

1.

IDAES/UNSAM - CONICET

2.

Existen indudables diferencias de género vinculadas con la casa que no puedo abordar aquí, como la distribución desigual del trabajo doméstico y las cambiantes articulaciones entre lo público y lo privado entre varones y mujeres, así como también la violencia de género hacia las mujeres, generalmente por parte de sus parejas y otros miembros de la casa.

3.

Los datos de este artículo proceden del proyecto financiado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica “La experiencia metropolitana del corredor sur de la RMBA: dominios urbanos, espacialidad y temporalidad en actores sociales con posiciones desiguales” (PICT 2012-1370).

4.

Con miras a preservar el anonimato de mis interlocutores, han sido modificados la totalidad de los nombres personales y los de algunos lugares.

TEI – Métopes